Siempre fuí nena de aros de perlitas o, en su defecto, apenas llamativos. Me molestaba muchísimo no sentirme cómoda con accesorios como los de la foto. La realidad es que sigo sintiéndome incómoda cuando me cambio los aritos, pero los de la imagen tienen historia.
Fueron los primeros aros que me compré yo, mis primeros "aros largos". Imaginen que tenía 10/11 años y era más creída que ahora, por lo que esos aros significaban estar más a la moda que cualquiera. Me costaron $3,50 los azules y un poco más los naranja (que compré en Miramar con una amiga de otra ciudad), pero valieron cada peso (o cada patacón, porque fue por esos años).
Me acuerdo de estar en casa con mis papás y uno de mis hermanos y preguntarles si podía comprármelos; había que convencerlos de que no estaba haciéndome la canchera (aunque así era) y de que no significaba ni la emancipación ni el "descarrilamiento" de la nena. Cuando lo logré, mi hermano me llevó al bazar (sí, era un bazar, todavía eran tan "masivos" los locales de accesorios, ¡puedo afirmar que ví crecer algo!) y me los compré.
Mi afán por la perfección en detalles no surgió con la adolescencia, quedó demostrado con esos aritos colgantes: no se si se nota en la foto, pero son tan truchos que hasta tienen marcas digitales en el material y cuando los tuve y los ví, me dí cuenta que no eran para mí, estaban mal, no eran parejos, no eran idénticos, así que los usé una vez y los dejé. Pero me inicié en la vida moderna y a partir de ahí me sentí más libre para ponerme cualquier cosa, porque había dado el paso y había pedido los aros esos.En el fondo (no tan esconcido) estaba contenta porque me habían dejado adquirir algo que significaba más que plástico para mí. Supongo que significaron mi entrada a la preadolescencia o algo de eso. Por más que esos aros me quedaban horribles (esa edad en la que la boca queda grande y las orejas todavía no se alinearon, sin mencionar que las familias aprovechan los últimos años de monopolio y te cortan el pelo como quieren...) disfruté las pocas usadas, porque me sentí una más.
No obstante, ahora me da lo mismo sentirme una más en esos aspectos, de hecho disfruto cuando no lo soy, ahora soy feliz sin piercings y con mis aritos discretos. Por suerte mis orejas se alinearon y mi gusto mejoró, ¡pero eso no quita que alguna vez me los ponga de vuelta!, uno nunca sabe las vueltas de la pseudo rebeldía.
2 comentarios:
sin embargo ahi algo q va mal...
si ni escribiendotelo en la agenda por exelencia del mundo te olvidas de ponertelos...
beso
hay
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